::::::::en construcción...



29 de enero de 2008

CANON


Junio, despistado en su lectura, descubrió absorto al alzar la vista sobre la pantalla del ordenador cómo una pirámide de versos súbitamente tomaban cuerpo de la nada. El desfile sereno de los signos, que letra a letra dejaba intactos los poemas de Kavafis, causo en Junio más que estupefacción, vacío, un vacío estrecho en su relación con aquella máquina que en principio debía obedecer, sólo obedecer. Sin duda aquel bucle había sido subvertido. Pura secuencia cartesiana. Puro empirismo impoluto reventado por el devenir del universo. Junio estaba allí. El procesador de textos reducía sin intermitencia ni criterio aleatorio la entropía de blancos píxels relevando cursiva por black, espacios por líneas, y el mecanógrafo ausente, puntos por comas. Los poemas se autoescribían en inglés. Creer en fenómenos paranormales asociados a la informática fue una opción pronto descartada. Por lo pronto se convenció de que sólo restaba asumir lo extraordinario, algo increíble, desprovisto de superstición. Esta perturbación del apacible descanso de los píxels viene a advertir el fin de una evolución. ¿Evolución? pensó de inmediato, ¿quién se atreverá a confiar, tras este demiurgo homicida de cualquier relación, en una serie, una causa, un ciclo, fases como órbitas alimentando un centro? Conceptos estériles, autónomos, merecen el desprecio, se dijo Junio. Ahí estaba el texto, fluctuando como fluctúa la temperatura en febrero, como fluctúan las cotizaciones tras una proclama de guerra o los niveles de polinización fluctúan en abril: bytes yuxtapuestos de bytes, literatura atomizada en arial número doce, pura estructura. Quizás se trate de un nuevo tipo de virus inoculado en el sistema, un protoplasma literario constituido en significante: miles de unidades básicas de inteligencia cuyo poder de reproducción combinara sílabas, palabras, sintagmas, bajo un mandato de copia, meros micromercenarios informáticos a la orden de un demiurgo superior, de un algoritmo que se ha propuesto propagar las obras de los grandes pensadores del pasado. Junio se levantó, algo nervioso, no podía seguir leyendo, le agotaba. Turno de los cuentos de Chéjov. Era el índice de autores que la ocasión disponía carne fresca para el manual de literatura. Cadáver caliente ante el forense. Labios templados de puta. Cansado o resignado, Junio se dispuso a acabar con la intromisión: apagó el ordenador, decidió terminar con la magia.
Una vez el sistema se hubo reiniciado, Junio abrió el procesador de textos, tras lo que aguardó, nervioso, acontecimiento: breve limbo del sistema, de su respiración, espera de la secuencia de Descartes, vislumbrar la liberación de aquella piedra de Sísifo que los siglos vertían sobre él…pero entonces, renovada, la Nada, el vacío, la desestructurada genealogía a la que atenerse, cuando comienzan de nuevo las líneas en la pantalla a encadenarse, a disponer bíblicamente lo que parecía ser el FAUST, así se anunciaba, de Goethe. Junio maldijo la sombra de Homero. Maldijo la imprenta. Maldijo a Harold Bloom. Intentaré calmarme, recapacitó. La velocidad de reproducción era idónea para la lectura del curioso, pero Junio, abrumado, se detuvo tan sólo a contemplar el signo minúsculo, correlativo, diverso, raro en sí mismo como objeto, a la vista, sin equivalencia, multiplicándose, formando partículas esenciales: Fausto son estas líneas, estas palabras que destruyen un significado para crear otro, crean y devastan, así sucesivamente, que son signo como nosotros célula. En esto pensó, cuando hablaba Wagner, cuando su inconsciente le devolvía versos sin orden de algún poema: era otro día, otra circunstancia. Se rio de la vanidad, intensa, siempre la misma vanidad en Todo. Algo falta y hay que ponerle nombre.
Junio aborrecía aquella continuidad. Todo está ya maldito, se repetía, Todo está ya maldito. Demasiados nombres. El signo, como la célula, también espera la destrucción. Tal vez por ello el sistema haya comenzado a vomitarlo. Demasiados nombres. Mañana, si esto no se detiene, formatearé el disco duro del ordenador.

3 Comments:

Anónimo said...

Que maravilla... un besito Jess

Anónimo said...

He convertido los signos en palabras que han parido sonidos, que vestidos de aire y célula, giran eléctricamente entre mis neuronas.Los signos, en recuedos.

Junio...al igual que yo, no puedes formatear tu memoria. Lo hará ella misma, cuando no haya aire, ni celúlas, tan sólo signos de tu efímera vida.

Anónimo said...

Pérdon, me faltaba una "r".

He convertido los signos en palabras que han parido sonidos, que vestidos de aire y célula, giran eléctricamente entre mis neuronas.Los signos, en recuerdos.

Junio...al igual que yo, no puedes formatear tu memoria. Lo hará ella misma, cuando no haya aire, ni celúlas, tan sólo signos de tu efímera vida.