::::::::en construcción...



23 de enero de 2008

SERÁ MEJOR TENER CUIDADO


Realmente me desperté a conciencia perezoso. El agua rompía las líneas de luz (no quiero decir con esto que lloviera). La ciudad, desde mi ventana, acontecía, inundaba de plasma luminoso los edificios, los peatones, que como un látigo, dinamizando los corredores en las aceras, hacían usura del espacio. Los restaurantes como los hermosos prostíbulos de primera hora abrían sus puertas, abrían con el perfume a café, a sueño, a pereza como la mía. Rompía el ir y venir como un denuedo sin motivo, deconstruyendo la coraza que el desorden ofrecía en hora punta, ya sabéis, las urgencias en la entrega, el retraso, fotocopias y diseños, ventas. Todo esto acontecía desde mi ventana. De pronto, de la forma más súbita e instantánea, expongo esto con claridad, perdí la visión. Como no era la primera vez, mi auxiliar indolencia por la vanidad de aquello que sobreviene y me sobreviene me dictaron sosiego. “Ánimo, viejo Séneca”, gritaban unas voces. Yo no sé lo que se proponían o me proponían, pero reaccioné huyendo, elaborando un plan para proyectar a través de mis manos el espacio que el accidente me había negado ante la feroz oscuridad de mí mismo, no por mis ojos o mi lenguaje, aún supervivientes. Con algo de esfuerzo logré alcanzar la cocina, abrir un cajón, encontrar dos naranjas, tres naranjas, el enchufe, exprimir un zumo. Así mi recompensa: el aroma como una incógnita exacta despejada de la ecuación naranjas exprimidas. Microsensualidad salivada. Sed precisa que emanaba desde el intuido vaso tamaño medio, de vidrio duro, tal vez opaco, tal vez tintado con alguna línea de color. Diversa y compleja es en su altiplanicie la intuición, pensé, tan diversa como la pulpa de este zumo que ahora no veo pero degusto, pero huelo, palpo con mi lengua incluso.
Tras beber el zumo repasando desventajas prácticas de la ceguera me quedé dormido. Cuando abrí los ojos al mediodía había recobrado la vista, por lo que a modo de acto reflejo me dirigí al aseo para cumplir con mi higiene, ya se sabe, una ducha, masturbación, agua caliente y vapor extremo, afeitado y desodorante, algo de perfume. Una vez vestido, dispuse al fin mi rumbo hacia el corazón de la ciudad. Aquel paraíso matinal que desde mi ventana alentaba a la clave filantrópica del universo se había extinguido, y las especies que encolerizadas deambulaban invitaban con su gesto tan sólo a la lucha por la supervivencia. Intuí el quid: los transeúntes de todas las calles habían enfurecido repentinamente, quizás en el mismo instante en que había recobrado mi visión, quién sabe. ¿A qué obedecerá este cambio de humor?, me dije. ¿Será el universo, la economía, los órganos civiles? Nada comprendo. Visitaré algún monasterio. Sin embargo, contrario a la naturaleza dominante, un afán cuyo poder era insalvable tiraba de mí hacia la hermandad con los hombres. Yo, hombre no altruista, sí despistado, no había bebido, y aquella empatía desorganizada por los demás me asustaba. Mi prueba devino en forma de anciana con bolsas de congelados ante el autobús. En otra ocasión, en otro relato, en otra sublevación normal de mi voluntad habría mirado la publicidad de la marquesina, pero mi insconciente dictó, sin saber por qué, y aquella inaudita consternación ante su debilidad hizo ofrecerme a cargar con sus bolsas. No debió parecerle buena idea, pues entre gritos vertió sobre mí la palabra desvergonzado, llena de saliva, pegajosa, a modo de coleóptero de caparazón inmenso.También la palabra parásito, no sé si por solidaridad, y la agresiva onomatopeya inchss-inchss-inchss, de difícil asociación, repetida hasta cinco veces. ¡Pervertido!, añadió el conductor del autobús, no sé si por solidaridad. Mi mundo se derrumbaba. Como la ceguera de San Pablo camino de Damasco, que fue esclarecedora, quedé situado extramuros respecto de aquello hacia lo que propendía. Regresé a casa. Mi intención era finalizar el comentario de un poema de Montale impuesto por aquel profesor italiano mitad sardónico mitad evangelista. El círculo hermenéutico tocaba a su fin. Sentidos no tengo; ni sentido. No tengo límite – escribió Montale. ¿Será ésta la guadaña del sistema? ¿Sistema, al fin y al cabo? El no límite, Junio, me dije, los sentidos, que abren; la ridiculez del Todo, las severas antinomias, que cierran, y la extrema palidez de tu voluntad o las encomiables ideas que pretenden construir para qué.



Vídeo Charlotte Gainsbourg - The songs that we sing

0 Comments: