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5 de marzo de 2008

ABRÍ LA VENTANA PARA CONTEMPLAR LA RADIACIÓN DEL PLENILUNIO EN LA NOCHE


¿Qué hace aquí esta toalla? Huele a madera sintética, a jabón neutro, algo de polvo. Aspiras. No está húmeda ya, arrugada, habrá pasado algún tiempo desde su uso. Quizás suya. Resistes, cualidad acartonada, áspera, resistes desde el pasado. Será suya. Ni siquiera sospechaba, ni siquiera. Si fuera suya, si la hubiera utilizado en una de aquellas mañanas tras dormir junto a mí, desperezarnos juntos, inviolables, juntos, riéndonos ante la plenitud, bendita arrogancia, una de esas mañanas tras la ducha y el demasiado vapor, el baño más lento los sábados, el algodón entonces retendrá aún restos de sus células muertas tras la ducha. Restos muertos. Minúsculos. Por el momento no la lavaré. Estúpido. Algún cabello entre los breves tallos del algodón, corto, castaño como su cabello, como el mío. Supones demasiado. Primero se secaba las piernas, siempre, primero las piernas, de las nalgas a los tobillos, un mismo ritual. Supones. Quizás tú mismo sólo tú mismo utilizaras esta toalla. Reflexiona. Una mañana, te despiertas demasiado tarde, solo, no te da tiempo a desayunar, solo, te duchas rápidamente, solo, casi sin vapor, solo, te vistes rápido, cualquier chaqueta, cualquier pantalón, solo, dejas la toalla al azar, abres un cajón que nunca abres, está vacío, abierto, vacío, dejas la toalla, sales rápido, tanto que lo cierras de un golpe, sólo piensas en la hora que es, demasiado tarde, las diez, sólo piensas que desde hace más de dos horas tendrías que estar olvidando el golpe hueco del plenilunio en la oficina.

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