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20 de marzo de 2008

ZONA PRIVADA

Cojamos flores, cógelas tú y déjalas
en tu regazo, y que su perfume suavice
este momento en que sosegadamente
no creemos en nada,
paganos inocentes de la decadencia.
F. Pessoa


Podríamos cogernos de la mano. Coger flores. Mirarnos limpiamente, perpendiculares, decir no es así. Para que la voz retumbe, entonces, el perdón batiente en la conciencia, como el estanque de un haiku cualquiera, símbolo de la serenidad. Pero no es así. El silencio lame la febril mansedumbre como un cachorro hambriento, la traición. Vivimos tiempos difíciles. Eso nos dicen los periódicos, nuestros padres, los agregados económicos del Instituto Nacional de Estadística, eso nos traslada la herencia de odio y pobreza, nuestros propios cuerpos, desnudos, según parece, bellísimos cuando se duplican. Pero habrá también una ecuación abierta en que dilatemos las puertas de cada despiadada incógnita para penetrar el vientre de una nueva madre. Sin boca, ya no tendremos boca, como Filomela, vivir la afasia como única sumisión a la inmanencia. Volatilidad. Légamo en que nada se sostiene por sí mismo. También querremos morir para hacernos más fuertes.

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