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21 de febrero de 2008

INTERTÍTULO DEL PASEANTE


fragmento


Lo cierto es que el pobre Marcel tenía razón, aunque ya nada importe. Al parecer, atravesamos el periodo de sequía más acusado y grave de los últimos cuarenta años. Todos los noticieros y grupos editoriales coinciden. Es una secuencia básica. La mutación se resiste o simplemente se conforma. No hay objeción para con ella. El centeno esperará. Lo sabemos. Sin embargo es fácil complacerse en estos días húmedos, huraños a la fecundidad, de densidad variable, ahogados, degollados, rumiando una ética del pánico entre turistas y bobos. Caminar sin rumbo fijo por la ciudad es un ejercicio de meditación, decía Marcel a menudo, un ejercicio Zen, porque te convierte en apéndice del caos, simplemente acude la meditación, confronta categorías, licita estímulos, se beben unas coordenadas a otras, lejos de un espacio, contrariamente espíritu versus sentidos. Hablaba a menudo de Rinzai, que era creo una escuela de budismo Zen japonés. Marcel siempre aportaba brillantes ideas a la discusión. Marcel, querido Marcel, pelo rizado de oveja, labios sublimes, gracias por tu oratoria, aunque ni río ni lloro con fe. No sé si más decadente, menos obesa y concreta va mi perspectiva del otro, un transeúnte más. Papel gastado de lija, bares, comercios, adornos de navidad en marzo como una oferta que garantiza el retorno que golpea, que golpea. Mujeres sin velo, sin rimmel, con velo, con khôl, con rostro triste, sometido, impecable, cruzan, se desdibujan. Estos son los datos, el acontecimiento. Podría seguir, decir acerca de los locutorios: son las nuevas pagodas de la sociedad de consumo, de este lado, rito y palabra, sostienen todavía la tensión del corazón y la distancia. Más adentro, rompe al paso como un hemistiquio el hipo de los mendigos que beben vino, que sueñan vino. Este es el acontecimiento, río abajo, no se trata del hallazgo, se trata de la sinrazón para desconsiderar, como en un diccionario, un diccionario, leer palabra a palabra sin esperar nada, no hay trueque, un enlace, una devoción por la coexistencia articulada. Hemisferio Raval. Esta fachada es casi un collage. La capa única de pintura, sublevada, su rostro hermoso de cemento y cableado diverso. Ultramarinos Mari Pau. Las cortinas de la primera planta, como sotanas sucias deberán ser lavadas para el culto, esperan. O no esperan. O esperan liturgia del olvido. También el peso adentro de algún diván, de algún tapiz, en soledad, seguramente, muebles dispuestos al polvo más dulce: aquel que no se resiente con el devenir, como los tabiques, las vigas, la superestructura de un sistema antiguo y en declive, esta casa a medio camino entre el burdel de pueblo y el ultramarinos. En segmento regular los marcos de las ventanas con su física estable, arbitrarios, sin función. Así todos los días, seguramente. Llegar hasta aquí para contemplar la degradación de un inmueble en alquiler. A dónde me dirigía. Siempre ocurre lo mismo, en todas las direcciones, en todos los movimientos. Uno va, se dirige hacia, se pierde. Sé que me dirigía hacia la librería Pueblo, de evocadora temática izquierdista, con la intención de comprar un libro que días después sorprendería a un amigo por su cumpleaños. Algo me detuvo. Esta fachada como un collage, fortuito, al que se adhiere la soledad del vagamundo, el porvenir, el puñetazo en el estómago, hermético, sin armas, una batalla sin armas. Y no hay correlato. Y si hay símbolo, sólo acude la circunstancia. El encuentro. La revelación de una ideología en ruinas. La casa burdel ultramarinos, también en ruinas. Tampoco acusación contra el itinerario. Conozco la ubicación de la librería Pueblo. Pero algo falló. Considera, Junio, considera. Quizás te despistaste pensando en Klee y Mondrian, desplazando el itinerario, en Rayuela, Klee y Mondrian: en el fondo Klee es historia y Mondrian atemporalidad. Recordar, sin dirección, sin rumbo, vagué calle arriba, calle abajo, instinto, empatía, recolección.



Vídeo Wilco - California stars

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