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21 de mayo de 2008

NUNCA PODRÉ ESCRIBIR

Es tiempo de destapar las casillas. Comprobar que tras los rectángulos irregulares no espera Mondrian el holandés sino las larvas del vacío. Constituir la víspera del silencio. Como Rimbaud, yo quiero ser rentista. Ya que no sirvo a las letras, buscaré los placeres en la belleza financiera. Podré entonces ser el reo que infama y dice: inmanente, lúgubre, puta vieja escritura, ruina bochornosa. Por eso una cabeza rueda por el patíbulo destilando un rastro de sangre que los verdugos tratan de rastrear en su memoria. No saben. Para escribir, preciso de un escenario mítico. Un porche en el sur de Luisiana, una temperatura de cristales. Un porche de madera y miseria en el que cuelgue una lámpara a media luz para que agrupe en torno a mí en la noche a todos los mosquitos de la finca cercana. Que me incomoden, que me piquen, que se agiten en torno a mí como una nube para que yo les tema. Cómplices mosquitos como estuarios y mi piel ardiendo a media noche, bajo la media luz de la lámpara vieja y sin pantalla, bajo la dispersión, tras la mirada hacia lo alto midiendo la entropía, la vuestra, mosquitos cómplices, estetas mosquitos, serpientes mosquitos, agridulces, contra mi piel lechosa, a media noche, bajo la lámpara sin pantalla. Y si trago luz, y si escupo luz, ¿seré también yo lámpara?Lámpara, gradación incandescente, univocidad geométrica, ángulo de la dispersión luminosa.
Pero además de un porche a media luz, clima tropical y el grumo de mosquitos sobre mí, para escribir necesito ser retratado por Hopper. Conozco la limitación a la que m
e atengo. Sé que Hopper murió en su estudio, en Nueva York, en 1967, un día de mayo. Por eso la certeza acude: nunca escribiré. Porque también aquí, en la minúscula habitación de una ciudad europea que goza de clima mediterráneo, sólo se concentran el silencio y cuatro paredes blancas ante mí, sobre mí, decoradas apenas con citas y un cartel de la película La dolce vita, de Fellini, con Anita Ekberg y Mastroianni, fumando. No hay rastro de los mosquitos, de la lámpara sin pantalla. No hay dilema entonces. Tampoco de la temperatura tropical. Acerco el flexo hacia mí para que se abran mis poros, para que desciendan los mosquitos y yo les tema, y les evite entonces, y vaya a refugiarme dentro y empiece a escribir. Pero no funciona. Mi piel está a salvo. Ni si quiera tengo ventana. Hopper nunca me retrataría.





New York city (1941-42) de Mondrian, inicio del desastre.



¿Qué me importa a mi que Alejandro (Magno) haya sido celebre? Qué me importa… ¿quién sabe si los latinos han existido? A lo mejor es una lengua inventada; y aunque hayan existido, que me dejen ser rentista y se guarden su lengua para ellos ¿qué mal les he hecho yo para que me impongan tal suplicio? Y pasemos al griego. Esta sucia lengua no la habla nadie, ¡nadie en el mundo!…

(Arthur Rimbaud, Diarios)



Hopper (self-portrait, 1930) nunca me retratará.



La meta-lámpara, musa de los mosquitos.


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