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19 de mayo de 2008

ANAÏS NIN

11 de mayo de 1935


Park Avenue 7. Apartamento 61. Mesa bañada por el sol. Ruido de tráfico en la calle 34. Tranquilamente, mientras tomo el sol, copio en el diario la última nota de Huck: "gracias por tus cartas. Yo no podía escribir. Todo duele tanto. No sé cuándo o cómo terminará". Copio esto tranquilamente, como si hiciera mucho tiempo de todo esto. Sólo echo de menos a Huck, aguda y profundamente, como alguien con quien hablar. Pero no física o humanamente. Sólo aquel entendimiento divino, aquella sensibilidad y clarividencia únicas, tan a tono con mi mente. Pero las aventuras amorosas de mi mente y mis matrimonios mentales se han acabado. Es mejor estar sola. Mejor estar sola que fingir amor. Llevo el pelo recogido hacia arriba, a la Récamier. Me pongo un traje de noche floreado que me compré para enseñárselo a Hugh cuando volviera. Es para el fin de semana con los Perkins. Envuelvo la joyería de turquesas para devolvérsela a Huck. Le envío un telegrama porque Hugh quiere verlo. Me siento fría y fatalista, profundamente cansada de luchar, indiferente. El psicoanálisis, la felicidad, hacen a la gente egoísta, porque es más natural, y todo lo demás era una pretensión ideal. Un mundo menos ideal, menos falso, más honrado, cada uno para sí mismo. A pesar de eso, sigo enamorada de Henry.
Henry ha terminado Primavera negra y ha de ver a William Carlos Williams. Le dije a Henry que algo se había roto dentro de mí, no mi espíritu ni mi coraje, sino lo absoluto. Lo absoluto. Otra búsqueda del ideal. He llegado a resignarme a la realidad, es decir, al hecho de que, si hago a Henry responsable como marido, lo destruyo como vagabundo, destruyo nuestros sueños en beneficio de una vida humana. Pero la separación ha sido dura, terriblemente dura. Henry estuvo, como de costumbre, resignado, triste, amable, acariciador, derrotado. Nunca lucha, salvo cuando escribe.

Anaïs Nin, fragmento de Fuego (diario 1934 - 1937)

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